Nos hicimos con un par de paraguas para poder recorrer la capital austríaca, claro que ni con esas nos libramos de calarnos bota, calcetín y hueso, con lo que llegó la primera ampolla del viaje para Amaia. Aprendida la lección: ¡mejor con chancletas!
Para la tarde amainó y pudimos dar una vuelta más tranquilamente. Sin la del pulpo cayéndonos encima, pudimos observar con algo más de detenimiento la ciudad. Nos encontramos con un centro de ciudad muy comercial a nuestro parecer, con edificios íntegramente destinados al comercio de las grandes marcas y un sinfín de establecimientos de comida rápida que se repetían a la vuelta de cada esquina.
Ahora bien, la Unesco no dio su título en vano a los edificios que marcan los puntos importantes para la nobleza y el politiqueo, para el poder, vaya.
Las principales atracciones turísticas son sus museos, palacios y sus jadines, en los que te puedes llegar a perder. No sólo por su belleza, también, literalmente, por su tamaño.
Con una economía algo más suave y la vuelta a nuestra moneda, nos sentimos un poco más tranquilos. Queramos o no, saber que vamos a estar un mes en la cara Europa y despues en Rusia (no mucho más barata, tememos) nos agobia un poco.
Take it easy, Naruto! |
Nos alojamos en un "albergue-edificio", primera experiencia para ambos en un albergue de este tipo, donde te sentías más en un hotel que en un albergue... pero donde igualmente pudimos charlar con gente de otros países como con un compi turco, Banan, que nos facilitó mapas y consejos para el que sería nuestro próximo destino: Budapest.
Monumento al ruido de la ciudad |
El Palacio Belvedere |
Sentimos que las estancias que estamos haciendo son muy breves como para captar mil detalles, mil matices que hacen la diferencia entre un pueblo y otro, pero el planning que hicimos para explotar el interrail nos lleva por este ritmo.
El fin del este pequeño incursión europea, es visitar grandes urbes que normalmente reuimos al viajar, ir haciendonos al ritmo e ir cogiendo soltura y adaptabilidad.