Sí, ¡seguimos vivos!,
contextualizando un poco: estamos en Japón. Nuestro anterior destino fue China
en donde no pudimos escaparnos de la censura a la que se ven sometidos sus
habitantes y que les impide entre otras, disfrutar de nuestro blog, pobres jajajajjaa
Esa es la explicación a semejante sequía de entradas por aquí. Ahora bien,
agarraos, que no hemos perdido el tiempo ¡y vienen unas cuantas juntas!
Y ahora sí, seguimos adelante.
Sain bain nuu, Mongolia!
A primerita hora de la mañana y
con ganas de dejar el frescor ruso atrás, nos juntamos con unos cuantos
viajeros frente al autobús con destino a Ulaan Baatar, capital de Mongolia. Algunos
ya nos conocíamos del albergue de Ulan Ude y gracias a las charlas, las risas y
los aperitivos compartidos; las 12 horas de trayecto y la frontera fueron mucho más amenas.
El cambio de paisaje no fue muy apreciable al principio, pero según íbamos adentrándonos en Mongolía, los montes y las llanadas iban apareciendo. Estábamos adentrándonos en las tierras del nómada y el caballo. Hasta que no vimos la primera ger (“tienda de campaña” que usan los mongoles a modo de vivienda) no nos sentimos en Mongolia… la emoción que sentimos en ese momento es indescriptible. Llegábamos a un país completamente diferente al nuestro. Otra cultura, la vida nómada lejos de la civilización estaba por descubrir.
La tierra mongola es totalmente
libre y respetada, sin mojones ni vallas que delimiten terrenos y den en su
visión desde el aire un aspecto parcheado y dividido; viven en armonía con ella
y con los animales. Hay propietarios, y tierras propias, pero la forma de
llevarlo es muy distinta de la que conocemos. La tierra es preciosa y sus
campos evocan una libertad infinita, tanto el desierto, como los cañones, la
montaña o la estepa… Las personas que aún viven fuera de las ciudades llevan
una vida dura, pero libre. Más adelante, en un tour que haríamos descubriríamos
más a fondo los paisajes tan diferentes que conforman Mongolia y las gentes tan
amables que los habitan y les dan la vida.
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