11 ago 2012

Hei, Heidelberg!



Llegamos a Heidelberg al atardecer, con muchas ganas de echar el ancla en el albergue. Sabíamos que no íbamos a cualquier albergue, este era especial. Steffi, la dueña, hizo de un piso de unos almacenes (cuya base era un supermercado), un sobre acogedor albergue.
Cada habitación estaba caracterizada con distintos motivos, por ejemplo, la que nosotros compartimos con dos húngaras, transportaba al fondo marino, como no podía ser de otra forma estando Mikel leyendo “20.000 leagues under sea” de Julio Verne.

Al son del vaivén de la hamaca

Preparando una cena de lujo

 Las zonas comunes, especialmente la cocina y la sala común estaban muy mimadas, con alimentos gratuitos para los huéspedes, todo tipo de utensilios culinarios, ordenadores y wifi gratis, intercambio de libros (donde Mikel triunfó) y una buena colección de juegos de mesa que incluso incluía el de “Game of Thrones”. Fue un gustazo ver como todos los alberguistas colaboraban en mantener este albergue con tan buen rollo. ¿Se nota mucho que nos pagaron para promocionar este albergue?



Desayunamos de camino al centro. Las pocas calles de la ciudad se alargan acompañando al rio en un bonito paseo entre edificios cada vez más pintorescos. Llegados al centro, un coloso emerge del monte que protege la villa, es el antiguo castillo del que tiempo ha, pasaron sus mejores años.



Cuesta arriba, a medida que nos acercábamos al castillo, íbamos comprobando cuán poco quedaba del esplendor que un día luciese. La entrada no era cara, ¡costaba un ojo de la cara! Así que nos dedicamos a imaginar su historia: que si se habría construido tirando de la cantera del propio monte; que si además de fortaleza a juzgar por sus jardines, debía alojar a la nobleza, tal vez como residencia de verano; que si algún bombardero había dado el toque de gracia a los años de desuso…










También nos surgió un tema de debate después de ver las obras y cambios que estaban haciendo en los jardines, principalmente, cuando en una xilografía pudimos ver el aspecto que presentaba el castillo unos siglos atrás. El tema de reflexión era sobre la belleza en la construcción, sobre cómo hemos pasado de utilizar muchísimos elementos en una compleja construcción de edificaciones llenas de un detallismo inusitado a una completa sencillez, sobriedad y que simplifica al máximo el detalle llegando a carecer de él. Ahora bien, divagamos y divagamos y uno se fue por los cerros de Úbeda (si esto ha sido causado por la modernización de las tecnologías y su consecuente trabajo de producción, o porque realmente el ser humano busca más la sencillez), y el otro por los viñedos de La rioja (si la belleza radicaba en la sencillez de lo nuevo o por el contrario en el arduo esfuerzo y la complejidad de lo antiguo). No, si aburrirnos, no nos aburrimos jajajaja




En un par de horas saldría el tren que nos llevaría a Strasbourg, de modo que aún contábamos con un ratito para callejear.



Y fue en esas que, atraídos por la luz de una tienda de piedras preciosas, ¡vimos la amatista más grande que jamás hubiéramos imaginado! El dueño, un auténtico coleccionista, nos contó que la había traído de Brasil, donde antes de cortarla pesaba la friolera de 760kg.

Alas de amatista


2 comentarios:

  1. Oye!!! Y de las salchichas alemanas y las cervezas no decis nada???

    Muxus

    Olatz&Oskar&Aretx (seguimos en Grecia, el peque la esta gozando todo el dia de aqui pa'lla... este enseguida os coge el ritmo!!)

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    1. Pues mira, salchichas, ninguna! Y cervezas las justas, que hay que ver qué precios gastan por allí... menos mal que con media cada uno ya vamos bien contentos!! jajajajajaa

      Así que Aretx está cogiendo maneras de viajero, eh!? bien bien, apuntando fuerte, con esos gurasos no podía ser de otra manera, no!? ;P

      Muxutxus para los tres!

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