Chiang Mai es una de esas
ciudades donde hay de todo, para todos los gustos. Desde trekkings hasta cursos de masaje o cocina, pasando por
museos de lo más curiosos, tiendas de todo y pubs de lo más “animados”. Está
muy bien preparada, siendo muy accesible para todo tipo de personas y
necesidades, desde aquellos que buscan la adrenalina hasta los que buscan curro,
pasando por aquellos con intenciones de voluntariado.
Nosotros estuvimos tanteando
algún curso, pero finalmente tan sólo nos dedicamos a turismear por la zona,
sin alejarnos mucho ¡que el calor no es ni de lejos uno de nuestros fuertes!
Así que entre templo y templo y sombra y sombra anduvimos metiendo la cabeza en
los frigoríficos de los 7 eleven, estas tienducas con todo un poco y bastante
baratas que puedes encontrar en cada esquina y que pueden hacer las veces para
avituallarse a víveres de supervivencia, razón por la que varias veces las viéramos bien custodiadas
por turistas españoles… ¡Si es que cómo está la pela! Decían.
La zona donde nosotros nos
movimos fue la céntrica, rodeada por los muros de la antigua ciudadela. Esta
considerable superficie de planta cuadrada estaba petadiiita de templos,
templos y más templos, ¡y la inmensa mayoría eran gratuitos!.. sin embargo,
eran tantos, que hasta Mikel llegó a saturarse ¡y hasta dejó alguno que otro
sin visitar!
También había muchísimas tiendas, claro, y aquí Amaia se lleva la
palma, eso sí, dimos con una tienduca muy interesante que a fin de ayudar a la
integración social, especialmente de niños en condiciones crudas, vendían
artesanía de lo más original.
Visitando uno de los templos, nos
encontramos con una pareja de Bilbao, que como no, ¡nos fichó por estar
hablando en Euskera! Si es que va a ser que hablamos más en Euskera que en
castellano o Inglés, ¡aiba la hostia pues! Esta pareja tenía un par de semanas
para conocer un poco el norte y gozar un poco del sur. Ya habían dejado atrás
el jet lag y el shock temperaturil y se les veía encantados… y tan sorprendidos
como nosotros por encontrarse en el interior de algunos templos con… monjes de
cera hechos a la más pura imagen y semejanza de algunos abades de la ciudad.
¡Alguno hasta parecía que parpadeaba!
Está ciudad está llena de vida, y
esto es especialmente patente cuando cae la noche. No somos de marcha, en
realidad somos más abuelicos que otra cosa, la partimos con el punto y
ganchillo y tal, pero nos animamos a darnos una vuelta por las zonas más
concurridas: la zona del mercado nocturno y la zona de los pubs.
En el mercado hay, para variar,
mil puestos que repiten una y otra vez, básicamente, la misma mercancía, pero
también puedes encontrar, si no te conformas con esto y buscas, pequeños
puestecillos de dibujo, tallado o costura entre otros, en los que alucinar con
las artes que se gastan los Thais. Respecto a la zona de marcha… bueno,
más que de marcha vimos zona de putiferio. Nos quedamos pillados viendo de
primera mano eso del “turismo sexual” que tanto se oye de estos países pero que
hasta la fecha, pues vaya, lo normal. También nos llamó la atención la de Ladyboys
(travestis y transexuales) que había, algún@s al negocio, otr@s al disfrute. Y
mucho mucho, hombre solitario (que no sabemos si soltero) bien entrado en años,
tonteando. Pero además, aquí no sólo salen de fiesta nocturna las personas,
aquí los que más triunfan son los mosquitos, que salen a pasear y emborracharse
de sangre, y sin piedad. Menos mal que en nuestro alojamiento había un arma de
inigualable eficacia. Aquí descubrimos…
¡La raqueta de tenis eléctrica fulmina mosquitos!!
El tema de la malaria daría para
una entrada… ummh, nos lo pensaremos.
Como plato
fuerte, dejamos la excursión a Doi Suthep, el templo que se alza sobre la
colina en la que descansa el dios que protege la ciudad. Tras subir una
serpenteosa carretera llegamos a la entrada donde aguardan dos dragones,
serpenteosos estos también, ¡claaaro! Desde la propia entrada ya empezamos a
ver a niñ@s con ropas tradicionales a fin de hacer las delicias de los extranjeros:
unas fotucas o unos bailes “tradicionales” por unos Baths. ¿Pero qué hacían ahí
en lugar de en la escuela?
Una vez arriba del todo, en el
dorado complejo monástico, los más devotos hacían sus rezos, los menos seguían
al rebaño y los que pasábamos, pues sacábamos fotografías a cosas tan curiosas
como un grupo de guiris pagando por un “tradicional” bautizo realizado por un
monje y una pulserita bendecida, mire usted, totalmente irrealista. Nos pareció
que había un circo montado que pá qué.
Además de tantear los cursos
también tanteamos hacer algún tour, cierto. Llevábamos la idea de montar en
elefante desde Vitoria, pero a lo largo del viaje argumentos de peso fueron
haciéndonos estar más y más seguros de que no queríamos colaborar en nada que
perjudicase de forma tan clara la vida de alguien. Por esto, ni fuimos a montar
en elefante, ni a ver tigres a los que drogan para que gustes de tocarlos, ni a
visitar a mujeres-jiraja expuestas como canarios en jaulas. No, pasamos de
esto.
Por último, comentar que aquí
celebramos los 7 meses viajando juntos por el mundo y, ¡los 9 años de viaje
como pareja!
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