Cerca de las 2 de la mañana
llegamos a Guilin. En la recepción del albergue no quedaba nadie más que el de
mantenimiento, que muy amablemente nos dio una nota que el staff había dejado para
nosotros, junto a las llaves de nuestra
habitación. Ya por la mañana hicimos el check-in, con la suerte de que por
aquellas fechas y debido al poco turismo que había, nos hacían un 3x2, 3 noches
por el precio de 2, sencillamente ¡genial!
Cerca de nuestro albergue había
un restaurante de comida española, así que miramos los platos… pero no había
nada de jamón, tortilla de patata… Hablamos largo y tendido con el amigo del
dueño, que este sí que era español, y nos dio unas recomendaciones y
consejillos acerca de qué visitar por la zona ya que había ejercido de guía en
esta zona. No teníamos muy claro qué ver, andábamos algo indecisos porque
nuestra estancia por esta zona iba haber sido bastante larga debido la cantidad
de sitios a visitar pero como ya dijimos, el tiempo se nos había echado encima
con la decisión de no hacer una doble entrada, y teníamos que decantarnos… ¡todo
no lo podíamos ver!
Guilin, fue, esencialmente
nuestro campamento base para reorganizar nuestras visitas a la zona, y
descansar, pero también tuvimos tiempo de ver algo de la ciudad. El enclave era
impresionante, pero era sólo el aperitivo de lo que nos esperaba en la zona del
rio Li. Ya se empezaban a ver aquellas colinas que nos recordaban a la serie de
“Dragoi Bola”, pero debido a la bruma (o contaminación) no se veía más lejos
que lo que teníamos enfrente. Desde la vista más alta de la ciudad, la cima de “la
colina de la belleza solitaria”, se podía apreciar el escaso respeto que le
habían dado al entorno natural, una aberración que nos llegó a doler.
Regateando al estilo chino nos
hicimos con un “semitour” para ir hasta Yangshuo, que incluía un descenso en
barquita por el rio viendo las impresionantes colinas… Si bien la “bruma” no
era tan abundante, no pudimos apreciar los tonos verdosos de la vegetación. Eso
sí, había una atmósfera muy curiosa, y las colinas parecían esconderse entre
los jirones de niebla. En el bus coincidimos con una pareja vasca muy
sorprendida al oírnos hablar en euskera, pensaban que se estaban volviendo
tarumbas.
El resto de camino hasta llegar a
Yangshuo se hizo muy ameno. Estuvimos hablando de la situación de españa y de
lo que sucedió en la manifestación de septiembre que tan inquietos nos dejó. También
intercambiamos info sobre nuestras rutas por china ya que estábamos haciendo el
mismo itinerario pero en dirección opuesta.
Yangshuo era un enorme pueblo turístico,
con muy poco que ver a excepción de su ambiente nocturno, pero en cuanto
alquilamos nuestras bicis y salimos a disfrutar de su verdadero tesoro: su
ubicación, disfrutamos de un día memorable.
¡Eso sí! con mascarillas. Ya era
hora de hacer ejercicio, y como teníamos horas de gimnasia pendientes, ¡decidimos
darle caña al body! Apenas salir del asfalto vimos la pendiente que nos
esperaba, y a poco estuvimos de dar la media vuelta. La fuerza nos la dio el
pensar que ¡luego tocaba la bajada!
Nuestra primera parada fue
Shangri-La, una paradisiaca zona rural convertida hoy en toda una atracción turística.
Apunto estuvimos de dar media vuelta cuando descubrimos esto y vimos el precio
de su entrada, una vez más, salida de contexto… en un país donde comer, dormir
y moverte sale tan barato… Pero entramos, tras 17 km de cuesta arriba necesitábamos
descansar y aprovechar el viajecito. Mientras esperábamos la canoa que nos
daría el paseo por el parque temático decidimos entrar a una tienda de comida,
pero no nos dimos cuenta de que se trataba de la tienda de souvenirs y comida
de la salida. Cuando quisimos volver sobre nuestros pasos, nos encontramos con
una puerta que nos prohibía el paso en ese sentido y con una china un tanto
runga que sólo sabía decir: ¡No, no y no! La mujer se empecinó la tira. Le
explicamos la situación de todas las formas habidas, le mostramos los tickets…
pero no había manera, no nos dejaba irnos, llegó el de seguridad y otra
trabajadora de allí, en fin… montamos la de san quintín. Ante sus insistencia
para que nos dirigiésemos nuevamente a la entrada acabamos diciéndoles que
Agur, que nos íbamos a por la dichosa canoa, que estaban siendo muy cansinos
pero que para cabezones nosotros, y nos dejaron ir.
Otra epopeya fue encontrar un
sitio para comer. Cruzamos una zona de pueblos poco o nada turísticos con todos
los menús de sus restaurantes en chino, y sin fotos, ¡claro! Finalmente encontramos
uno en el que a pesar de tener las mismas condiciones nos hicimos entender,
gracias a un grupo muy amable de chinitos que estaban comiendo y nos hicieron
su recomendación además de darnos la posibilidad de señalarle a la camarera qué
nos queríamos llevar al buche. La comida, nuevamente, ¡deliciosa!
Una vez repuestas las fuerzas
hicimos continuamos nuestro recorrido en paralelo al río. Queríamos ver toda la
zona, pero hubo partes que no vimos porque, para ver entre otras una colina con
un agujero, un árbol tricentenario o una mariposa pintada en la roca… ¡había
que pagar!
Exceptuando ese sableo constante, la experiencia estuvo genial y lo pasamos en grande (sobre todo ahora que lo estamos recordando). Aquel biciturismo fue divertidísimo.
Nos montamos en un bus para ir al
punto más recóndito que visitaríamos en el rio Li y que tiene la imagen que
plasmarían en el billete de 20 yuanes: Xingping. Ahora sí, ¡un pueblo! Gracias,
esto es lo que necesitábamos. Esta zona
es, si cabe, más impresionante.
Allí conocimos a Diego, un madrileño que disfrutaba de sus “viajes paranoicos” (cuyo blog podeis seguir desde nuestros “blogs amigos”). Unas largas y gratas conversaciones, y comidas, nos aguardaban. Y es que resulta que llevábamos prácticamente el mismo recorrido hecho y pudimos recordar lugares ya visitados.
Mereció la pena decantarnos por
esta zona y no por la otra que teníamos fichada más al norte, tal y como nos aconsejó
el burgalés! El último regalo que nos dio el rio Li fue uno de los atardeceres
más mágicos que hemos tenido hasta la fecha, una panorámica vista de todas las
colinas teñidas por la dorada luz de los últimos rayos del sol.