Tras regresar a Guilin, recoger
nuestras mochilas del albergue y esperar en la estación a nuestro tren con un
retraso de más de 3 horas (más tarde descubriríamos que eso no es nada), nos
montamos en nuestro último tren-cama hasta la fecha y que nos llevaría a
nuestra última parada china: Shanghai.
Bueno, lo cierto es que aún
pensábamos visitar algunos lugares cercanos a la ciudad pero sucedió algo que
cambió nuestros planes… Tras encontrar el albergue y dejar nuestras “casas
caracol” allí, nos fuimos a cenar para pasar el mal trago que nos dejó el
enterarnos de que nuestros billetes de tren para Japón (Japan Rail Pass) no
habían llegado, tal y como habíamos quedado con la agencia (pero esta historia ya la contaremos que es muy larga). Encontramos un
restaurante genial con unos precios de risa y nos dimos un buen banquete. Tras
el grandísimo esfuerzo para levantarnos de la mesa, nos hicimos hacía el
albergue, pasito a paso, y cual fue nuestra sorpresa cuando entramos por la
puerta: Ahí estaban, ¡¡Claire y Alex!! Jajajjajaa. Increíble. El magnetismo que tantas
veces nos había llevado a juntarnos por ahí seguía funcionando a tope, pues no
había albergues en Shanghai ni nada…
Teníamos poco tiempo antes de
hacernos a la mar, rumbo a Japón, y si bien nos llamaba más la atención conocer
“pueblos” cercanos a la ciudad que Shanghai en sí, al no encontrarse Claire en
sus máximas y querer pasa tiempo juntos, decidimos hacer turismo más lasai
aquí.
Como no podía ser de otra forma,
fuimos a visitar la concesión francesa, pero también pudimos entrar en el museo
de artes para que, ya que no íbamos a ir al Tibet, al menos nos hiciésemos una
idea más clara de lo que había por allí gracias a una exposición que justo se
inauguraba a nuestra llegada. Estuvo bien, unos cuadros muy bonitos, sí, pero
ni rastro de lo que allí está pasando, ni rastro de lo que China lleva haciendo
allí desde hace ya más de medio siglo.
También conoceríamos la zona más
famosa y con más tiendas de la ciudad, a la que, a medida que nos aproximábamos,
no dejábamos de encontrarnos edificios mayores y más modernos y las marcas más
prestigiosas (¡estos chinos exportan las marcas baratas y se quedan con las
buenas!).
¡Locurón! |
Al anochecer llegamos al boom: el Bund. La también llamada “ciudad del futuro”, con una de las torres más altas del mundo (porque aunque nos dijesen que era la más alta, el “mérito” se lo llevan sus “amigos” nipones) y un gran número de rascacielos acorazando el resto de su orilla. Un nuevo barrio al que no entramos por la “pereza” que nos dio meternos allí dentro. Muchísima gente se había agolpado en este paseo para contemplar el espectáculo. Pudimos charlar un rato con extranjeros residentes aquí y nos contaron sus sensaciones al vivir en una ciudad tan moderna y a la alza. La diferencia entre Beijing y Shanghai salta a la vista: una es la tradicional y la otra la cosmopolita, la ventana al mundo de china, la aspiración y futuro de las demás ciudades chinas. Para gustos los colores.
El último día lo dedicamos a buscar el lado más tradicional de la ciudad, su "Oldtown". Tras esquivar el timo de la ceremonia del té (estabamos avisados por los vascos del rio Li), nos adentranos en esta zona, que aunque no nos pareció de lo más tradicional ni antigua, tenía su puntillo.
Con este último escenario dabamos por finalizada nuestra aventura china. Es curioso, porque este lugar en concreto fue una síntesis de cómo vivimos China, bajo nuestro punto de vista, claro. Tal vez teníamos la idea de que iba a ser más tradicional e iban a respetarla más, pero nuestra sensación fue la de que tiene explotadas las zonas turisticas convirtiendo lo que antaño era auténtico en algo un poquitico artificial.
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