Cuentan los viejos y los libros
viejos que mucho tiempo atrás, en un lejano país de oriente habitó una criatura
sin igual, nada más y nada menos que un gigantesco dragón grana y dorado.
Este dragón era temido mucho más
allá de donde llegaban sus rugidos y llamaradas, tal era el pavor que
provocaban las historias que narraban acerca de su gran poder, que nadie osaba
acercarse a sus tierras. A pesar de que se decía que en ellas había riqueza sin
parangón.
Con el paso del tiempo, esta
historia se hizo leyenda pero perduró el espíritu de aquella criatura dándole
nombre al país que habitó, al que se pasó a llamar el “país del Dragón”. Atraídos
por las leyendas y con la ambición de subordinar al dragón muchos fueron los
osados que emprendieron un viaje hacia oriente.
Su sorpresa fue encontrar un dragón
que, lejos de asemejarse al de la leyenda, parecía una débil y miedosa criatura.
Asique mofándose de la leyenda, dieron un nuevo nombre al país, “el país del
dragón dormido”.
Comenzaron a utilizar al debilitado
dragón para beneficios propios, sacando muchísimo partido de sus habilidades:
pues el dragón podía “trabajar” horas y horas sin descanso, con una simple
llamarada hacía el trabajo de miles y miles de personas en la fragua, y a
cambio, tan sólo necesitaba una cantidad de alimento ridícula. Así es como las
personas que doblegaron al dragón, cada
vez se hacían más ricas y más poderosas, habían encontrado su particular mina
de oro.
Llegó el día en el que todos los
trabajos se vieron focalizados en la mano de obra del dragón, apenas había
trabajo que ocupasen las personas, llegando así a dividir totalmente la
población entre ricos y pobres. Ya no había fábricas, ni pequeños talleres
artesanos, no había necesidad, la producción se hacía a mayor escala gracias a
la criatura. La dependencia que tenían hacia el dragón llegó a tales puntos que
no veían viable su vida sin todas las facilidades que les brindaba el dragón.
Y fue entonces, cuando el dragón
comenzó a despertar de su letargo, lanzando llamaradas y humo negro a su alrededor,
su piel fue fundiéndose hasta llegar a convertirse en ceniza, y cual ave fénix
resurgió. Supo entonces que el poder
estaba en sus manos, todas aquellas personas que quisieron aprovecharse de él
pasarían a partir de aquel día a ser sus esclavos.
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