Y se nos acababa la semana
railera… Sólo nos quedaba un día con nuestro querido Japan Rail Pass, ese pase
que no sólo te permite coger tantos trenes como quieras, sino que además te convierte
en un vip que no necesita esperar cola alguna. Entras, sales… te mueves entre
trenes bala, locales y otras formas de moverte, como el barco y algún metro
como Pedro por su casa. Hace del transporte un gustazo.
Dimos buen uso de este, nuestro
día railero, madrugando en Tsumago para coger un tren local que nos llevase a
Nagoya, donde cogeríamos un Shinkansen que nos llevaría hasta Tokio y en el
que, por el camino, nos daría cita con el gran Fuji-san. Este impresionante
coloso, se mostró tímido entre jirones de nubes, justo nos dio los buenos días
cuando desapareció, para penica de Amaia que quedó con ganas de más. Pero la
capital nipona no era la meta, allí dejaríamos nuestras mochilas antes de coger
otro tren bala hasta Utsunomiya a fin de coger el local hasta nuestro último
objetivo de la semana: Nikko.
Tras salir de la estación y
comprobar que no nos hubiese venido mal coger más ropa (el invierno se
acercaba, y a base de bien), nos metimos unos buenos boles calentitos de
tallarines antes de dirigirnos a la zona antigua, colina arriba. Caminamos cuesta arriba por sus
modernas pero tranquilas calles hasta encontrarnos con la puerta de entrada: un
puente lleno de color sobre un rio que competía por quitarle la atención.
Preciosa y famosa estampa.
Nikko fue un asentamiento muy
importante para no-recordamos-qué-secta del budismo, llegando a tener a tantos
adeptos y visitantes que el complejo de templos creció hasta convertirse en un
precioso y encantador pueblo.
Los monjes dieron la primacía
para decorar el entorno a la naturaleza, dedicándose únicamente a colocar los
templos, una pagoda y las residencias en armonía con ella, bueno, y a acabar de
imbuir de paz el ambiente con sus oraciones… porque hay que ver cómo, aún hoy,
con las riadas de turistas diarias, sigue pudiendo sentirse esa sosegada calma
en sus calles.
Hizo fresquito, y una vez más,
encontramos obras de reparación en varios templos, pero eso no impidió
disfrutar del lugar. Del frío te olvidabas al doblar cada esquina y disfrutar
de un nuevo espectáculo, y de las obras… ¿Hay mejor obra que las de la
naturaleza?
Comenzaba a atardecer cuando
volvimos nuestros pasos hacia la estación. El JRP aún nos regalaría la vuelta a
Tokio, pero estaba a punto de finiquitar… ¡cagüen, con lo genial que era!
Estuvimos planteándonos como sería tener un Global Rail Pass… jajajajaaja
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