Uyyy, ¡Qué de regalitos nos
cayeron de los japoneses! Vaya gustazo cómo se adelantaron al Olentzero, ¡oye! Posiblemente
se nos pase alguno, pero vamos a intentarlo:
El primero nos lo dieron un grupo
de niños de primaria nada más llegar a Kyoto, que junto con su profesor nos
pararon por la calle a fin de entrevistarnos y practicar su inglés. Nosotros
con nuestra mejor sonrisa respondimos a sus escuetas preguntas. Tan agradecidos
como son, nos obsequiaron con un sinfín de origamis de grullas y una carta de
agradecimiento, o eso creemos que es, porque nuestro inglés es pachi-pacha,
pero el japonés, es más pachá-que-pallá! Pero por lo menos un “muchísimas gracias”
sí que entendimos :D
En uno de nuestros viajes en tren
con el Shinkansen “Sakura”, de improviso, una señora se acercó y con una
sonrisa de oreja a oreja nos dio un paquete. Mikel, que fue quién lo recibió,
sorprendido, le preguntó que si era para nosotros, y la señora, haciendo una
reverencia insistió hasta que lo cogimos. ¡Era un dulce hecho a base de alubia!
Y por lo que nos comentarían más adelante, y por lo rico y sabroso que estaba, ¡era
de muy buena calidad! Lo que más impresionados nos dejó fue que tan pronto
cogimos el paquete y sin esperar un “arigatô” ni nada, la señora se fue por donde
había venido. Un regalo, con todas sus letras, entrega desinteresada. Dômo
arigatô gozaimashita.
Nada más desembarcar en la isla
de Miyajima, dos preciosas grullas más se unieron a nosotros. Éstas estaban
especialmente elaboradas y lucían unos colores y un diseño muy original. Al día
siguiente, en Hiroshima, nos susurraron que querían unirse a la millonada de
grullas que invitaban al vuelo bajo el monumento a Sadako, y allí las dejamos
con todo nuestro amor.
En el albergue de Kanazawa, el
Pongyi, cayeron unos pines y unas caligrafías personalizadas con nuestros
nombres. Unas caligrafías muy peculiares pues están hechas con el sonido de los
diferentes fonemas de nuestro nombre y representadas con el ideograma de algo
que en japonés suene así. Mikel, o Mi Ke Ru, está compuesta por las ideas de
Belleza, Precioso y Fluir de rio y Amaia, o A Ma Ai, por noséqué, nosécual y amor (si alguien leyendo esto maneja Nihongo, póngase en contacto para traducir los dos primeros kanjis, por favor, (¿qué pasa?, ¡ahora no lo tenemos a mano!)). Colaboraron
entre varias personas para elegir los kanjis pero fue Hana, una chica que
estaba aprendiendo castellano y que deseaba fuertemente visitar España, quien
puso su mejor arte. ¡¡Domô!!
Amaia Mikel
En Takayama, nos dejamos caer por
una pequeñita frutería de barrio. Como único objetivo: las deliciosas manzanas
de la prefectura de Nagano, sin embargo, la amable señora que conducía el local
no nos dejó ir sin llenarnos la bolsa de suculentas mandarinas. ¡Gracias!
El Ryokan de Tsumago se encargó
de que no olvidásemos nunca nuestro paso por su tradicional alojamiento. Para
ello, en nuestra mesa junto con el
desyuno nos encontramos una sorpresa. Nos regalaron una especie de postal con
una foto que nos “robaron” durante la cena y algunas imágenes más del pueblo y
el ryokan. ¡Todo un detalle! Arigatô gozaimasu.
Asimismo, en el tren de camino a
Nikko, un matrimonio nos invitó a chuparnos los dedos con unos dulces similares
a los Mikado… sencillamente, un gustazo.
El regalo más surrealista nos
llegó en el barrio tokiota de Harajuku, el barrio de las compras más
estrafalarias y donde se reúnen todos los domingos los nipones más “modernos”.
Pues bien, nos metimos a un cajero para
sacar dinero, con la pequeña peculiaridad de que éste ya tenía el dinero sacado.
Sí, ¡esperándonos para que lo cogiéramos! Asique 10.000 yenes pá la saca, oséase,
¡unos 100 euros que nos vinieron como “dinero al bolsillo” para hacer unas
compras sin remordimientos!
Pero el regalo más importante que
nos dio Japón fue enraizar el amor. Más que una palabra, más que un
sentimiento, una forma de vida, una forma de unión y de armonía con todo, con
el mundo entero.
Cada día es el mayor regalo en sí
mismo.
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