17 ene 2013

De paso por Gwalior

 
Conseguidos nuestros billetes de tren en hardseat (sentados y bien apiñados) para llegar a Gwalior. Dimos con una muy agradable sorpresa, en el vagón coincidimos con Azhar, un chaval muy noble con el que pudimos tener una conversación muy agradable y conocer mejor la cultura India. Él estaba estudiando temas del tan en auge Business (para variar) y, entre otras cosas, nos desveló la enorme cantidad de lenguas e incluso escrituras distintas que hay dentro de India. Cualquier día se viene de visita, porque a diferencia de la mayoría de la gente con la que charlamos, Azhar sí tenía curiosidad por lo que hay fuera de India.
 
Pero la sorpresa que nos encontramos al llegar al atardecer a Gwalior no fue tan agradable. No habíamos conseguido alojamiento, y pensando que no tendríamos problemas para encontrar alguna habitación (ya que no es muy popular, la ciudad), nos encontramos con todo lo contrario. Después de dar vueltas y vueltas, en un rickshaw que nos consiguieron unos chavales por un precio razonable (para el turista, claro), encontramos un hotel, donde primero nos dijeron que no tenían habitación pero que tras vernos un poco desesperados nos dirían que casualmente tenían sólo una.

Recordamos entonces aquello que decía la guía Lonely Planet acerca de que muchos hoteles se negaban a alojar extranjeros… Y a pesar de que este era uno de los alojamientos que supuestamente no diferenciaba entre las personas, así lo entendimos, pues cuando teníamos que esperar a que “limpiaran” nuestra habitación, nos colocaron en un sitio apartado (un cuartucho), nos dijeron que no podíamos entrar a su restaurante para cenar (nos obligaron a ser servidos en la propia habitación) y porque cuando una señora extranjera, entrada en años, llegó preguntando por una habitación, le pasó lo mismo que a nosotros. Al verla tan apurada fuimos a decirla que volviese a preguntar y que insistiese, y efectivamente, ¡casualmente había surgido otra última habitación!
 
La habitación era muy grande y parecía “lujosilla”, claro que la pagamos, eso sí si llegamos a saber que no estábamos solos… que la compartíamos con un ejército de mosquitos y con una enorme cucaracha, ¡hubiéramos echado cuentas para repartirnos el precio!
Nuestra compañera de habitación tenía una hijita, y bailaba... la cucaracha, la cucaracha...
 
Fue una visita fugaz, prácticamente llegar dormir y por la mañana ver la ciudad, ya que como tal no tenía nada que nos atrajese mucho, tan sólo una fortaleza sobre la ciudad. Una fortaleza algo imponente desde abajo pero muy venida abajo observada desde arriba. Era un poco extraña, peculiar, ya que tenía mosaicos en azul y amarillo de patos, tigres, elefantes... (pero un poco a lo disney) A Amaia si que le gustó.


 
 

 
Lo curioso fue mientras bajábamos por la otra fachada. En estas que mientras seguíamos el curso de la carretera se nos ocurrió salirnos un poco para “atajar”, de pronto nos encontramos frente a estatuas enormes talladas en la roca de la montaña que sostenía el fuerte. Ese momento fue genial, pero la parada aquí no mereció tanto la pena como para pasar el mal rato que pasamos buscando alojamiento.



Por la noche cogimos un tren nocturno, esta vez contando con cama y compartiendo literas con los locales. Dos personas de entre nuestros vecinos hablaban muy bien el inglés y estuvimos un buen rato dándole al palique. Esta vez la conversación fue algo más profunda… Empezaríamos a “entender” algo más la superficialidad de su espiritualidad y el dios real, “Don Dinero”. Por muy fuerte que esto pueda sonar, así lo sentimos.

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