14 ene 2013

Entre la vida y muerte, Varanasi

El primer tren del país fue una auténtica locura, parecía salido de las fotografías que detallan los míticos trenes indios: abarrotados de gente, unos sentados, otros de pie, otros metidos entre las maletas, ¡y algunos hasta dentro de ellas!… un locurón. Exceptuando el frío de un vagón íntegro en hierro antes del alba, la gozamos, ¡era nuestro primer viaje en railes indios! Algunas personas hablaban un inglés buenísimo, las huellas de la colonización inglesa pesan, ¡tan bueno que a veces nos costaba entenderles! Gracias a un estudiante de Mumbai pudimos bajarnos en la estación más cercana a nuestro hotel.

A la salida, ¡un ejército de Rickshaws y Tuk-Tuks venían al ataque en busca del dinero fresco de los guiris! Tras un intenso rifi-rafe conseguimos nuestro “mejor” precio para llegar hasta el alojamiento. Al cabo de unos kms de calles petadas de gente, más musulmanes que hindúes, por cierto, y frente a un callejón de mala muerte, el conductor paró aludiendo haber llegado. Nosotros, que nos habíamos estudiado las jugarretas que los indios hacen a los guiris, le dijimos que no nos bajábamos hasta ver el cartel de nuestro alojamiento. Él, ofuscado, dijo que no podía seguir, que le teníamos que seguir a pie a un amigo suyo (con cara de muy pocos amigos, para más inri). ¿Eh? ¡Ni de coña! Desconfiados, le obligamos a llamar por teléfono al hotel y cerciorarnos de que era legal. Y pareció que así lo era.
Nos adentramos en unas nuevas callejuelas laberínticas y estrechísimas, éstas, que se dicen son las calles que durante mayor periodo de tiempo han acogido al ser humano (Varanasi es supuestamente la ciudad más antigua continuamente habitada), son unas calles que superan todo cuanto imaginación pueda concebir: cruzarte con un asentamiento militar armado hasta las trancas, cederle el paso a las vacas sagradas más guarras habidas y por haber mientras vas esquivando mierda, japos de tabaco mascado, potas y aguas residuales es sólo una imagen, vivirlo es innn creíble.


El hotel fue una bonita burbuja donde poder respirar calmadamente con vistas al Ganges. Uno de los ríos más famosos del mundo, ya que los hindúes lo consideran sagrado. Un lugar donde se entrelaza la vida y la muerte, contemplada con diferente visión. Realmente se puede sentir algo muy especial en sus orillas, y replantearse la forma que tenemos de ver este tema. Hay algo muy especial en el Ganges...


A medida que pasaban los días, más nos íbamos haciendo a aquella ciudad. Nos costó un poco hacernos a esa falta de higiene, a ver continuamente personas pidiendo, a ver las nefastas condiciones de “vida” de los animales (especialmente de los perros y las “sagradas” vacas), a la continua retahíla de los vendedores, barqueros y timadores, pero una vez asimilado conseguimos empezar a disfrutar del paseo a orillas del rio, ir recorriéndolo gaht a gath (“plazas” con escaleras de acceso al rio), sentarnos, charlar con los locales, contemplar la otra orilla y ver las cremaciones, las purificaciones y la meditación de todas aquellas personas que creían fervientemente en la Madre Ganges, en Shiva, en Ganesh y demás compañía.



 
Hay dos momentos únicos y mágicos: el amanecer y el atardecer, y ambos son vivenciados como se merecen. Las meditaciones y las purificaciones viendo amanecer al otro lado del rio son gloriosas, y las ceremonias que hay todas las noches, y que mediante ritos y canticos se honorifica al Ganges y donde las personas dejan fluir sus velas son realmente mágicas.

 


Sin embargo, en lo que atañe al resto de la ciudad, y para estar siendo continuamente habitada desde los tiempos de los tiempos, la calidad de vida era lamentable. De hecho, asistimos a una improvisada enfermería en un Gath, y ay cómo estaba el pueblo... Nos acordamos mucíhsimo de una buena mujer, paisana nuestra, que, hace años, dedicó un tiempo de su vida a ayudar a las personas con mal de lepra de este país.


Los más pequeños eran quienes más sentían este malestar o así lo creemos. Podías verlos durante todo el día con sus precarias cometas, elevándolas, elevándose…


 
Nos gusta callejear, conocer el lugar en el que estamos, darle oportunidades a lugares no anunciados y recomendados, y suele salirnos bien la jugada, pero aquí… bueno, al menos dimos con una pastelería de aupa, así como con una tienda especializada en telas donde cayeron pashminas, turbantes y hasta una estupenda manta de lana bien gruesa para las noches y los desplazamientos.



El último día aprovechamos a ver nacer el sol, un regalo muy especial por los 28 años que Amaia cumplía, un regalo lleno de simbolismo y que recordará con mucho cariño siempre. ¡¡Muchísimas gracias por todas las felicitaciones, desde tan lejos, llegaron!!

 

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