25 ene 2013

¡Jaaai con Jaipur!

Compartimos literas de vagón con varios urbanitas de la capital que volvían de sus vacaciones. Fue muy curioso enterarnos que realmente aquellos billetes de emergencia que habíamos conseguido no venían de ninguna cancelación, sino que, como nos explicaran, suelen reservar todo un vagón para vender sus billetes en Talkal, en emergencia: más caros…
 

Llegamos de madrugada y, en contra de lo que nos habían dicho en el correo del guesthouse al que íbamos, nos fiamos de un joven ricksawer que muy amablemente nos llevó hasta allí. La jugada salió bien, no sabemos si por las horas que eran o porque el chaval era noble, pero por lo que oímos no es lo habitual. Muchos ricksawers deben dedicarse a hacer la famosa jugada de “llevarte de tiendas” para llevarse una comisión.
 
Este chaval nos ofreció hacer un route por los principales lugares de la ciudad, pero habiéndonos ubicado decidimos hacerlo por nuestra cuenta. Se sintió ofendido, creía que pensábamos que nos quería engañar, “dadme una oportunidad” decía, pero no es que no nos fiásemos de él, es que queríamos patear bastante y no nos salía a cuento. Esta situación nos llevó a pensar acerca de lo difícil que tiene que ser  ser honesto en un negocio y una ciudad con tanto chanchullo y en la que hasta su gente local te dice que no te fíes de uno sólo…

Bueno, Jaipur, la ciudad rosa, por aquello de la hospitalidad… que mucho dijeron, creemos (como curiosidad aquí se batió el record de espera para comer (¡un sándwich!), ¡con el insólito tiempo de 1,5 horas!). Lo que nosotros nos encontramos fue una ciudad bastante grande, más marrón que rosa y en donde las cometas de los niños volvían a alzarse tan alto como podían. Tal vez por su cercanía a la capital, y por el elevado número de su población, creímos que sería una ciudad bastante prospera, pero por las zonas que nos movimos tampoco es que notásemos un desarrollo mayor al de otras ciudades de India.

De hecho, posiblemente por esto, además de por el cansancio acumulado, estuvimos más tiempo en la habitación que fuera, explorando… Tras los primeros escarceos algo nos decía que iba a ser difícil llevarnos gratas sorpresas. Así que aprovechamos bastante para actualizar el blog, preparar nuestra pronta partida a Birmania,  hacer un cibernético "tourturísticodoméstico" por Donosti, eso sí sin audioguía, ;P, y descansar… ¿De qué? Si nos estábamos pasando más tiempo “descansando” que en acción… pero es que India ha sido, con diferencia, el lugar en el que más tiempo hemos descansado ¡y sin embargo más cansados nos hemos sentido!

Fuimos a conocer la zona de palacio, de cuyo recinto sobresale el Hawa mahal, una especie de mirador secreto, con forma de panal de abeja, donde las mujeres del Marahá podían contemplar la vida fuera de su “carcel” sin ser vistas. Insistimos, tal vez porque estábamos cansados, pero para ser el punto fuerte de la city, nos dejó algo templados. No obstante, junto al callejeo por el infinito bazar, fue una visita que valió la pena.


Alex y Claire, nuestros gabachitos favoritos, estaban a unos 180 km, pero tenían un “tour express” organizado por la familia de él, y no había margen para el encuentro. Hicimos cábalas para poder vernos, tal vez en Delhi, a su regreso de Rajastán, pero sólo era posible si hacíamos un parón de unos cuaaantos días. Saturados como empezábamos a estar de India, y aunque, con pena de no vernos, decidimos adelantar nuestra entrada en Birmania.

Tras esperar en vano al joven ricksawer, que nos dejó en la estacada en la cita madrugadora para ir a la estación, nos montamos en el tren más fashion que jamás podíamos haber esperado en India, pero es que, claro, nos íbamos a la capital: Delhi.

Fue curioso como desde nuestro asiento, y antes siquiera de que el tren se moviese, empezamos  a ver una nueva India. Desde nuestra ventanilla veíamos el andén de quienes esperaban un tren con un destino menos ambicioso, veíamos más de la India que habíamos conocido, con todos esos rostros compungidos por una vida dura, en una tierra sucia. Algunos sonrientes, la mayoría no, unos pobres, otros más. Mientras que por la ventanilla del lado contrario, veíamos a quienes habían tenido acceso a una educación y unos bienes impensables para la inmensa mayoría de la población de India. Vestidos con las marcas más lujosas, compraban revistas de tecnología, economía o salud antes de subir al tren. Delhi, ¿nos esperas con la “cara bonita” de India?

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