12 dic 2012

El deseo de las mil grullas

 
Hiroshima nos dejó muy marcados y reflexivos.
Fue un impacto muy grande para nosotros, y aunque sea duro, es un lugar que, creemos, todo el mundo debería conocer y sentir. Seguro que hay más lugares donde hablen y traten la paz a este nivel, pero Hiroshima es un lugar muy especial donde presentan el tema con suma claridad, contundencia y mucha, mucha calidez.
 
 
Nos hizo reafirmarnos en nuestro pensar con respecto a las guerras y los conflictos.

La mayoría surgen por el ansia de más poder, cuya insaciable sed surge de tener más miedo. Miedo mutuo. Yo disparo antes de que me disparen. Pero Hiroshima se desata de este ciclo y ofrece una visión muy bella y noble  acerca de cómo lidiar con el rencor y cómo trasformar un pasado oscuro en un presente lleno de luz... Sobrecogedor.
Desde luego, tenemos clarísimo que el arma más poderosa no es en sí el arma, sino la persona que la empuña. La violencia no está tanto en la cabeza pensante, como en la mano que ejecuta la acción, el "trabajador" que ciegamente obedece.


No podemos evitar lanzar una pregunta que se repetía una y otra vez en nuestra cabeza… y es ¿en qué puede una persona pensar cuando dispara balas, misiles, bombas o bombas nucleares... cuándo aprieta un maldito gatillo? ¿Venganza? ¿Deber? ¿Supervivencia? Odio. Cobardía. Desesperación… Miedo.
Es gracioso pensar que son personas, hijos e hijas, madres y padres, hermanos y hermanas, amigos y amigas… ciudadanos también. ¿Será que es más importante el “trabajo” que la vida? Y si esto fuera así, en qué posición nos dejaría a todos… ¿en que somos nuestro trabajo? ¿Acaso es a eso a lo que se reduce la humanidad hoy?
 

Sea como fuere, el único perjudicado de todos los entramados de poder políticos y militares es, y siempre ha sido, el pueblo, la gente de a pie que de buena gana basarían su día a día simplemente en vivir en paz.
¿Pues acaso no es ese el anhelo que tiene todo ser vivo? Vivir, en paz consigo y con todo. Vivir.
 

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