Kalmada Takayama

Seguimos dándole uso al Japan Rail Pass y bien prontito nos plantamos en nuestra próxima parada. Echa el freno y relájate. Coge los petates con calma, ¡hemos llegado a Takayama!

El albergue que habíamos cogido no contaba con muchas opiniones en internet, pero nos decantamos por él porque nos dio buena vibra… y no nos defraudó, todo lo contrario.

Los dueños eran una pareja majísima, muy amables y serviciales. Nos contaron que habían abierto hacia menos de un año, poco después de que el pequeño Haru, su hijo, naciese. Él era de Tokyo y ella de Osaka, pero pensaron que Takayama sería un lugar muy hermoso y tranquilo para que Haru creciese... pronto comprenderíamos el porqué.

 

La visita a la ciudad, bueno va… pueblo, fue breve, pero muy agradable. Takayama es conocida por sus calles tradicionales y por sus templos. Nos recordó un poco a Kyoto ya que su diseño urbano se asemejaba bastante, dejando la mayor parte de los templos en el este, a las afueras y elevándose en las colinas que protegen la ciudad. Eso sí, siendo muchísimo más pequeña y sin las mínimas modernidades. Un lugar con mucha tranquilidad y calidez, un pueblo grande de esos que a nosotros tanto nos gustan.

 

Paseando por uno de los complejos de templos, un monje nos invitó a pasar al interior de un templo que usaban para sesiones prolongadas de meditación. Honrados, seguimos sus pasos para disfrutar de la indescriptible paz reinante de su interior y del bello jardín que se encontraba en su patio central, pleno de armonía.

Curiosamente, pero como a veces nos pasa, tras un día de lo más relajado nos encontrábamos algo cansados, de ahí que, aunque nada más volver al albergue nos invitaran a otra fiesta, nos decantásemos por ir directos al dormitorio... Nos estamos debiendo de hacer viejetes... De todos modos de poco nos sirvió, pues nos pusimos con el blog ¡y nos acabaron dando las mil! jajaajaja

La suave pero intensa pasión del espíritu nipón