14 dic 2012

El valle de Shirakawa

Y he aquí el resumen de la escapada que hicimos desde Kanazawa para ver uno de los pueblos más curiosos de Japón. Tras llegar justitos al autobús y comer el almuerzo mientras salíamos de la ciudad, empezamos a disfrutar de un espectáculo añadido: Los Alpes japoneses. Bien cubiertos de nieve, dejaban relucir sus formas bajo otro precioso día otoñal.
 

Antes de que nos diésemos cuenta ya habíamos llegado a nuestro destino y tras hacernos con el mapita y charlar un rato junto al rio, degustando el aire puro de las montañas, cruzamos el puente que nos llevaría a un paisaje de fantasía.

Sus casas estaban hechas íntegramente con los materiales que la naturaleza les daba en aquella zona: mucha madera, corteza y paja de arroz. La forma en la que sus habitantes habían trabajado la madera y prensado la corteza y la paja era, en sí misma, realmente hermosa, pero además resultaba funcional. Sus tejados de estilo “Gassho-zukuri” (manos en plegaria), están diseñados para soportar las intensas y copiosas nevadas del invierno en esta región.


El lugar te traslada a una época campesina, a unos tiempos muy diferentes. Es un valle que sus actuales habitantes han sabido cuidar con mucho mimo para que pueda lucir como en sus mejores momentos. Tarea nada fácil, pues el movimiento de turistas es cada año mayor (con su, a menudo, mejorables maneras), los inviernos son realmente crudos y, por último, hay que tener especial cuidado con otro elemento: el fuego, implacable en más de una ocasión a lo largo de la historia de esta villa. Pero como no, nos dejaron alucinados con su sistema de extinción de incendios, y la forma tan cuca que habían elegido para que éste pasara inadvertido. ¡Funcionalidad y belleza!
 
Subimos una pequeña colina para acceder a un mirador y contemplar una preciosa panorámica del valle, completamente abrazado por los colores más intensos del otoño. Es la primera vez en nuestra vida que recordamos haber presenciado semejante festín de colores en los bosques, un otoño muy especial que ha quedado grabado en nuestra retina y que está marcado, especialmente, por el árbol por excelencia de esta estación, nuestra super estrella: el Momiji. 



Tras el atardecer partiríamos para Kanazawa, al fin y al cabo, sabíamos que una rica cena nos esperaba. Pero, para nuestra sorpresa y la de la gente que esperaba a nuestro autobús (entre otros unos españoles), ¡el autobús tardo en aparecer una hora! La puntualidad nipona, esta vez no fue muy eficaz, ¡jumm!.. Nos quedamos chupito esperando al bus, menos mal que pudimos resguardarnos del frío en una tienduquina y conseguir unos chocolates calentitos, que junto a unos dulces que nos regaló una señora, hicieron la espera mucho más amena.

2 comentarios:

  1. Ey ey, que os dejáis cosas en el aire!!cuál es ese sistema antiincendios!?? Y por cierto, no sé si será casualidad pero prácticamente en cada entrada nipona acabáis zampando o bebiendo algo by the face!! je je jj.
    Yo para ser feliz quiero vivir en una casa de esas!!! las visteis por dentro??

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    1. Ey Ey, jajajajajja, lo dejamos porque era dificil de describir y porque pensabamos que
      1. A nadie le interesaría
      y 2. nadie sería tan tocahuevos de perdirno la explicación! Pero nos olvidamos de ti! jajajajaja ;)

      A ver.... pues resulta que las mangueras estaban dentro de una cuquita casita, muy acorde con las casas de la villa, vaya del mismo estilo pero en miniatura, y el tejadillo se abría por en medio. Lo mejor era que el chorro de agua salía hacía arriba, para crear humedad, en vez de golpear directamente las casas, y además a lo alto de la colina tenían más cañones con la intención de crear una especie de lluvia, todo ello para no jorobar las casas que son bastantes frágiles y apagar el incendio de una forma eficad y poco dañina!

      Nos hemos explicado??
      A que mola! Si es que estos nipones piensan que no veas! ;)

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