20 dic 2012

¡Hasta el infiNikko y más allá!

Y se nos acababa la semana railera… Sólo nos quedaba un día con nuestro querido Japan Rail Pass, ese pase que no sólo te permite coger tantos trenes como quieras, sino que además te convierte en un vip que no necesita esperar cola alguna. Entras, sales… te mueves entre trenes bala, locales y otras formas de moverte, como el barco y algún metro como Pedro por su casa. Hace del transporte un gustazo.
 
 
Dimos buen uso de este, nuestro día railero, madrugando en Tsumago para coger un tren local que nos llevase a Nagoya, donde cogeríamos un Shinkansen que nos llevaría hasta Tokio y en el que, por el camino, nos daría cita con el gran Fuji-san. Este impresionante coloso, se mostró tímido entre jirones de nubes, justo nos dio los buenos días cuando desapareció, para penica de Amaia que quedó con ganas de más. Pero la capital nipona no era la meta, allí dejaríamos nuestras mochilas antes de coger otro tren bala hasta Utsunomiya a fin de coger el local hasta nuestro último objetivo de la semana: Nikko.
 
Tras salir de la estación y comprobar que no nos hubiese venido mal coger más ropa (el invierno se acercaba, y a base de bien), nos metimos unos buenos boles calentitos de tallarines antes de dirigirnos a la zona antigua, colina arriba. Caminamos cuesta arriba por sus modernas pero tranquilas calles hasta encontrarnos con la puerta de entrada: un puente lleno de color sobre un rio que competía por quitarle la atención. Preciosa y famosa estampa.

Nikko fue un asentamiento muy importante para no-recordamos-qué-secta del budismo, llegando a tener a tantos adeptos y visitantes que el complejo de templos creció hasta convertirse en un precioso y encantador pueblo.
 
Los monjes dieron la primacía para decorar el entorno a la naturaleza, dedicándose únicamente a colocar los templos, una pagoda y las residencias en armonía con ella, bueno, y a acabar de imbuir de paz el ambiente con sus oraciones… porque hay que ver cómo, aún hoy, con las riadas de turistas diarias, sigue pudiendo sentirse esa sosegada calma en sus calles.

 
 
Hizo fresquito, y una vez más, encontramos obras de reparación en varios templos, pero eso no impidió disfrutar del lugar. Del frío te olvidabas al doblar cada esquina y disfrutar de un nuevo espectáculo, y de las obras… ¿Hay mejor obra que las de la naturaleza?
 
 
Comenzaba a atardecer cuando volvimos nuestros pasos hacia la estación. El JRP aún nos regalaría la vuelta a Tokio, pero estaba a punto de finiquitar… ¡cagüen, con lo genial que era! Estuvimos planteándonos como sería tener un Global Rail Pass… jajajajaaja


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