4 dic 2012

Ohayô gozaimasu, Kyoto!!

La entrada al país del sol naciente fue muy sencilla y cómoda: mostrar el pasaporte y ala, 90 días de visado gratuito, si fuera así en todos los países… Pero esto sólo era el principio, las diferencias con otros países, más concretamente con china con quién se le asemeja y se le confunde a menudo, las sentiríamos abismales. La limpieza, la educación, la higiene, la tecnología, las facilidades, los precios fijos, el carácter… esto es otro mundo.


Llegamos a Osaka, y una vez conseguidos los yenes suficientes para comprar comida y los billetes de metro (aquí volveríamos a sufrir de “rascamiento excesivo de cartera”), nos despedimos de Armando y Nico, ya que ellos optaron por quedarse allí unos días, pero sabíamos que nos  encontraríamos más adelante.
Nuestro primer destino nipón era Kyoto, la antigua capital de Japón. Llena de tradición y cultura, y es que aunque por ella también hayan pasado los años y la hayan modernizado, han respetado muchísimo su esencia: sus tradicionales calles, sus templos y sus espacios naturales. Allí, esta vez sí, nuestros Japan Rail Pass nos esperaban en el albergue, los billetes que nos permitirían coger todos los trenes que quisiésemos durante una semana a un precio muy reducido. Había sido una odisea, porque a pesar de conseguirlos fácilmente en Vitoria, vimos como el viaje se nos alargaba un poco más de lo esperado y como, por tanto, la fecha de “caducidad” para su activación nos iba a dar alcance (de ahí que lo reenviásemos para que nos los renovasen). Tras muchas vueltas estaban con nosotros ¡Y menos mal porque estos billetes no se pueden comprar una vez dentro de Japón!


El mismo día en que llegamos, y tras conocer nuestro primer albergue de la ciudad (y es que por habernos confiado perdimos la comodidad de tener el mismo alojamiento para todas las noches) pudimos visitar el Templo de Sanjusangendo, cuyo interior albergaba 1.000 budas a tamaño natural, y uno más, enorme, que contaba a su vez con 1.000 brazos; y donde además ¡Musashi Miyamoto se enfrentó a Denshichiro, del clan Yoshioka! sí, somos unos frikis del manga Vagabond, que por cierto Mikel compró a precio de risa su último tomo, eso sí, en japonés.
 
Uno de los templos con mejores vistas de la ciudad es Kiyomizudera, el tempo del agua pura, donde Amaia hizo el ritual de beber del agua que emanaba de la tierra para llenarse de salud y buenos augurios, y donde nos acordamos muchísimo de  una amiga suya de la infancia de ascendencia nipona. Nos dio la sensación de que aquel lugar nos estaba dando un mensaje para ella.


 
Había muchísimas excursiones organizadas por colegios e institutos, y estaban hasta arriba a pesar de ser fechas festivas para ellos. A la salida, un pequeño grupo de niños de primaria nos quiso hacer una “entrevista” para así poder practicar su inglés. Nos agradecieron nuestro tiempo regalándonos un presente, que más tarde abriríamos y nos encontraríamos la grata sorpresa de una carta de agradecimiento y una cadena de grullas de origami (figuras de papel hechas a mano). Esto de recibir regalos, en este país, sería toda una constante, y cada vez de más valor y más dulces.
 
Un regalo maravilloso que nos tenía preparado y que aguardaba a nuestra llegada y paseo por sus tierras fue el otoño japonés y su árbol por excelencia: el momiji, arce japonés. Desde el primer día alucinamos con sus intensos colores pero su verdadera explosión cromática estaba aún por darse.
 
Recorrimos el paseo de los filósofos, con su ambiente super relajante que realmente incita a charlar largo y tendido mientras sigues el curso del río hasta perderte en un complejo de templos de una belleza y paz sin igual.



 
Retrocedimos en el tiempo para contextualizarnos en el barrio de las geishas, donde no conseguimos ver ninguna más que un par ya montadas en los taxis, son muy difíciles de ver porque son un tesoro muy preciado, pero alguna “Maiko” y “Geiko”, aprendizas de geisha, sí que pudimos ver


 
Nos quedamos deslumbrados con el templo dorado, el templo de Ryoanji con su jardín zen nos dejó de piedra y atravesamos el verde bosque de bambú hasta llegar al barrio de Arashiyama.
 

 

 
Tuvimos la gran suerte de poder entrar en el palacio imperial, sólo abierto cinco días al año.  




También nos dejamos impregnar por el colorido y flórido templo de Heian Jingu.

 




Desde bien tempranito nos empezamos a aficionar al sushi, suerte que encontramos un sitio muy barato de esos en los que vas cogiendo los platos que quieres degustar... lo malo es que ¡los quieres todos!
 

Cruzamos todos los toriis de Fushimi-inari, un sinfín de puertas que una tras otra van bendiciendo nuestro camino hasta alcanzar el templo a lo alto de la colina, uno de los sitios más representativos de Kyoto y que le convierte en uno de los lugares más especiales y mágicos de Japón, al menos para nosotros.
 
 
 
Kyoto tiene muchiiísimos rincones donde poder pasar horas y horas (y días y días…) y todos con un encanto muy especial, y único. Hasta Amaia acabo diciendo eso de “¡es que Japón es la host…! Que Mikel tantísimas veces le había repetido. Hay mil y un detalles que marcan la diferencia, que hacen de este país un lugar increíble, e insistimos, rematadamente único. No podíamos haber empezado nuestra visita desde un lugar mejor, ¡Kyoto es la ciudad!
 

2 comentarios:

  1. Cómo se nota que este entorno os gustaba mucho más!!! os inspira mejores fotos!!
    musu gordoteee!!!

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    1. En realida, las fotos no le hacen justicia al sitio! Será que es facil sacar fotos bonitas a un lugaar bonito!
      Muxus gordote par ti tmb!

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