Conseguidos nuestros billetes de
tren en hardseat (sentados y bien apiñados) para llegar a Gwalior. Dimos con
una muy agradable sorpresa, en el vagón coincidimos con Azhar, un chaval muy
noble con el que pudimos tener una conversación muy agradable y conocer mejor
la cultura India. Él estaba estudiando temas del tan en auge Business (para
variar) y, entre otras cosas, nos desveló la enorme cantidad de lenguas e
incluso escrituras distintas que hay dentro de India. Cualquier día se viene de
visita, porque a diferencia de la mayoría de la gente con la que charlamos,
Azhar sí tenía curiosidad por lo que hay fuera de India.
Pero la sorpresa que nos
encontramos al llegar al atardecer a Gwalior no fue tan agradable. No habíamos
conseguido alojamiento, y pensando que no tendríamos problemas para encontrar
alguna habitación (ya que no es muy popular, la ciudad), nos encontramos con
todo lo contrario. Después de dar vueltas y vueltas, en un rickshaw que nos
consiguieron unos chavales por un precio razonable (para el turista, claro),
encontramos un hotel, donde primero nos dijeron que no tenían habitación pero
que tras vernos un poco desesperados nos dirían que casualmente tenían sólo
una.
Recordamos entonces aquello que
decía la guía Lonely Planet acerca de que muchos hoteles se negaban a alojar
extranjeros… Y a pesar de que este era uno de los alojamientos que
supuestamente no diferenciaba entre las personas, así lo entendimos, pues
cuando teníamos que esperar a que “limpiaran” nuestra habitación, nos colocaron
en un sitio apartado (un cuartucho), nos dijeron que no podíamos entrar a su
restaurante para cenar (nos obligaron a ser servidos en la propia habitación) y
porque cuando una señora extranjera, entrada en años, llegó preguntando por una
habitación, le pasó lo mismo que a nosotros. Al verla tan apurada fuimos a
decirla que volviese a preguntar y que insistiese, y efectivamente,
¡casualmente había surgido otra última habitación!
La habitación era muy grande y
parecía “lujosilla”, claro que la pagamos, eso sí si llegamos a saber que no
estábamos solos… que la compartíamos con un ejército de mosquitos y con una
enorme cucaracha, ¡hubiéramos echado cuentas para repartirnos el precio!
Nuestra compañera de habitación tenía una hijita, y bailaba... la cucaracha, la cucaracha... |
Fue una visita fugaz,
prácticamente llegar dormir y por la mañana ver la ciudad, ya que como tal no
tenía nada que nos atrajese mucho, tan sólo una fortaleza sobre la ciudad. Una
fortaleza algo imponente desde abajo pero muy venida abajo observada desde arriba. Era un poco extraña, peculiar, ya que tenía mosaicos en azul y amarillo de patos, tigres, elefantes... (pero un poco a lo disney) A Amaia si que le gustó.
Por la noche cogimos un tren
nocturno, esta vez contando con cama y compartiendo literas con los locales. Dos
personas de entre nuestros vecinos hablaban muy bien el inglés y estuvimos un
buen rato dándole al palique. Esta vez la conversación fue algo más profunda… Empezaríamos
a “entender” algo más la superficialidad de su espiritualidad y el dios real,
“Don Dinero”. Por muy fuerte que esto pueda sonar, así lo sentimos.
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