El primer tren del país fue una auténtica
locura, parecía salido de las fotografías que detallan los míticos trenes
indios: abarrotados de gente, unos sentados, otros de pie, otros metidos entre
las maletas, ¡y algunos hasta dentro de ellas!… un locurón. Exceptuando el frío
de un vagón íntegro en hierro antes del alba, la gozamos, ¡era nuestro primer
viaje en railes indios! Algunas personas hablaban un inglés buenísimo, las
huellas de la colonización inglesa pesan, ¡tan bueno que a veces nos costaba
entenderles! Gracias a un estudiante de Mumbai pudimos bajarnos en la estación
más cercana a nuestro hotel.
A la salida, ¡un ejército de Rickshaws
y Tuk-Tuks venían al ataque en busca del dinero fresco de los guiris! Tras un
intenso rifi-rafe conseguimos nuestro “mejor” precio para llegar hasta el
alojamiento. Al cabo de unos kms de calles petadas de gente, más musulmanes que
hindúes, por cierto, y frente a un callejón de mala muerte, el conductor paró
aludiendo haber llegado. Nosotros, que nos habíamos estudiado las jugarretas
que los indios hacen a los guiris, le dijimos que no nos bajábamos hasta ver el
cartel de nuestro alojamiento. Él, ofuscado, dijo que no podía seguir, que le
teníamos que seguir a pie a un amigo suyo (con cara de muy pocos amigos, para
más inri). ¿Eh? ¡Ni de coña! Desconfiados, le obligamos a llamar por teléfono al
hotel y cerciorarnos de que era legal. Y pareció que así lo era.
Nos adentramos en unas nuevas
callejuelas laberínticas y estrechísimas, éstas, que se dicen son las calles
que durante mayor periodo de tiempo han acogido al ser humano (Varanasi es
supuestamente la ciudad más antigua continuamente habitada), son unas calles que
superan todo cuanto imaginación pueda concebir: cruzarte con un asentamiento
militar armado hasta las trancas, cederle el paso a las vacas sagradas más
guarras habidas y por haber mientras vas esquivando mierda, japos de tabaco
mascado, potas y aguas residuales es sólo una imagen, vivirlo es innn creíble.
El hotel fue una bonita burbuja
donde poder respirar calmadamente con vistas al Ganges. Uno de los ríos más
famosos del mundo, ya que los hindúes lo consideran sagrado. Un lugar donde se
entrelaza la vida y la muerte, contemplada con diferente visión. Realmente se
puede sentir algo muy especial en sus orillas, y replantearse la forma que
tenemos de ver este tema. Hay algo muy especial en el Ganges...
A medida que pasaban los días,
más nos íbamos haciendo a aquella ciudad. Nos costó un poco hacernos a esa
falta de higiene, a ver continuamente personas pidiendo, a ver las nefastas
condiciones de “vida” de los animales (especialmente de los perros y las
“sagradas” vacas), a la continua retahíla de los vendedores, barqueros y
timadores, pero una vez asimilado conseguimos empezar a disfrutar del paseo a
orillas del rio, ir recorriéndolo gaht a gath (“plazas” con escaleras de acceso
al rio), sentarnos, charlar con los locales, contemplar la otra orilla y ver
las cremaciones, las purificaciones y la meditación de todas aquellas personas
que creían fervientemente en la Madre Ganges, en Shiva, en Ganesh y demás
compañía.
Hay dos momentos únicos y
mágicos: el amanecer y el atardecer, y ambos son vivenciados como se merecen.
Las meditaciones y las purificaciones viendo amanecer al otro lado del rio son
gloriosas, y las ceremonias que hay todas las noches, y que mediante ritos y
canticos se honorifica al Ganges y donde las personas dejan fluir sus velas son
realmente mágicas.
Sin embargo, en lo que atañe al
resto de la ciudad, y para estar siendo continuamente habitada desde los
tiempos de los tiempos, la calidad de vida era lamentable. De hecho, asistimos a una improvisada enfermería en un Gath, y ay cómo estaba el pueblo... Nos acordamos mucíhsimo de una buena mujer, paisana nuestra, que, hace años, dedicó un tiempo de su vida a ayudar a las personas con mal de lepra de este país.
Los más pequeños eran quienes más sentían este malestar o así lo creemos. Podías verlos durante todo el día con sus precarias cometas, elevándolas, elevándose…
El último día aprovechamos a ver nacer el sol, un regalo muy especial por los 28 años que Amaia cumplía, un regalo lleno de simbolismo y que recordará con mucho cariño siempre. ¡¡Muchísimas gracias por todas las felicitaciones, desde tan lejos, llegaron!!
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