6:30 a.m. Nuestro bus
Kathmandú-Sunauli debería estar esperándonos. Nos bajamos del taxi que nos deja
en un lugar que definitivamente no es una estación de buses pero que parece
cumplir con dicha misión, a juzgar por la cantidad de gente cargando con
petates, no por la ausencia de buses en sí, clarooo. Desconfiados, damos cerca
con la agencia que lleva nuestra línea de autobús. Nos invitan a “tomar
asiento”, el bus llegará en una hora.
No habíamos dado ningún contacto
telefónico, por carecer de él, ya que esa compañía telefónica que tiene una
gota de sangre como símbolo ya se había encargado demasiado bien de chuparnos
la cuenta bancaria y decidimos prescindir de sus servicios. Por esto, no se
pudieron poner en contacto con nosotros para avisarnos del retraso que tendrían
por una avería mecánica ¡y esto lo supieron con un día de adelanto! Podemos
leer entre líneas que el primer bus de la mañana no se petó y simplemente
decidieron pasarnos al siguiente bus (jugada que nos comeríamos unas cuantas
veces más, por cierto). Total, una hora más tarde salimos de allí en un
remolque que usa la compañía para llevarnos a…. ¡la estación de autobuses de Kathmandú!
Donde pasamos un par de horas más esperando… algo. Al menos tuvimos buena compañía, resultó que
Katherine iba en el mismo bus (eso sí, la agencia con la que lo contrató le
empaquetó el doble de lo que realmente costaba el billete, ¡por guapa!).
El camino duró todo el día, bueno teniendo en cuenta que el autobús salió
finalmente para las 10 ya pensábamos que no llegábamos a tiempo a la frontera,
y de hecho ahí ahí anduvimos. El autobús nos dejó al atardecer en medio de una
carretera, a unos pocos kms de la frontera con India. Tras sacar nuestras
mochilas del bus, o bueno, tras sacar muchos kilos de polvo, arena y demás
suciedad con una mochila adosada, cogimos un par de tuk-tukkers que nos querían
llevar prestos a las Indias, ¡y es que no quedaba mucho para el cierre de
frontera! Pedaleo a pedaleo y en 20 minutos nos plantamos en el cruce. Con todo
lo que nos costó hacer el visado, el sellado de entrada fue de lo más sencillo
(además de la primera frontera que cruzamos sin chequeo de mochilas) y,
efectivamente, no nos pusieron ninguna traba por tener el visado caducado por
un día. Hasta nos dieron el Welcome to India! Bienvenidos!
Nuestro primer destino en India
era Varanasi. Según nuestros planes, debíamos coger un bus que nos llevase a
Gorakhpur y de allí coger un tren nocturno para llegar por la mañana a la
ciudad del Ganges... pero hacer planes en India, como ya iríamos descubriendo
es misión imposible. Finalmente nos apuntamos a compartir un jeep, que
supuestamente iba a llevarnos más rápido que el autobús, pero como querían
petarlo de viajeros, y algunos de estos viajeros querían llevarse “ciertas
sustancias” que llevan su tiempo catar y comprar discretamente, pues tardamos
casi más. Finalmente nos plantamos en Gorakhpur donde fuimos directos a las
taquillas de la estación de trenes más, sucia no, nauseabunda, que hemos
pisado. ¿Mordor? Nos reímos. Habíamos
oído que era muy improbable comprar billetes para el mismo día, pero para
cabezotas... Después de marearnos y pasarse al guiri entre las ventanillas,
dimos con alguien que nos “atendió”, conseguimos billetes pero para el tren de
las 5 de la mañana. Estábamos reventaicos, asique nos fuimos a un hotel a descansar.
Debió de sonar el reloj, pero así cómo de cansados que ni lo escuchamos, fue gracias
al frío de esa habitación que nos despertamos para… ¡clarooo! las 5 de la
mañana. Corrimos a por el tren, ¡con las mochilas y a lo loco! Menos mal que los
horarios en India son aproximados, vamos, tardiiíos!
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