Pero todo hay que decirlo,
¡también hay desplazamientos que parecen transitar por el mismo infierno! Como
el que vivimos con el autobús que nos llevaría desde Udaipur a Jodhpur. 8 horas
en carreteras no asfaltadas y con algunas curvas no es nada, pero cuando son en
un autobús petado de gente hasta en el pasillo (intentando aposentar su trasero
en tu apoyabrazos, asiento y/o piernas) y por supuesto se dan unos cuantos
mareos, con sus papillas voladoras por la ventana que acababan decorando tan
originalmente todas las ventanillas… ya es otra historia.
Llegamos, y tras bajarnos con la
alegría de que aquí también esperabamos un pick-up gratuito, dimos con que
nanai, nadie vino a nuestro encuentro. Asique ahí estábamos, a merced de un
buen número de rickshawers frotándose las manos y haciendo números. Conseguimos
un buen precio… para ser extranjeros, y nos plantamos en el albergue, muy chulo
aunque con un staff con poco fundamento, tras recorrer unas ratoneras que de
noche estremecerían hasta a Chuck Norris.
Jodhpur es conocida por su imponente
fortaleza, Mehrangarh, asentada a lo alto de la colina que vigila la ciudad. Antiguamente
entre ésta y otra colina amurallada, hacían de lo que hoy es el centro del
pueblo una zona conocida como “el valle de la muerte”... y es que, como más
tarde descubriríamos, debía de ser un bastión inexpugnable. ¡Ah! Eso sí, aquel
valle es hoy día uno más de los laberintos arquitectónicos de India.
Tras un paseo por su caótico bazar, nos fuimos a visitar la fortaleza. El último descendiente del clan que reinó aquí durante siglos y siglos quiso hacer un museo de su castillo para preservar y dar a conocer su historia, la de la fortaleza y la toda la región.
Caminamos boquiabiertos cuesta arriba (maravillados… y faltos de aliento), no salíamos de nuestro asombro. Verdaderamente es una construcción que impone, muchísimo, pero que además puede vanagloriarse de ser preciosa.
Una cuesta aún más empinada, con una curva muy cerrada, daba paso a la puerta principal del castillo, a fin de que si les asediaban con elefantes y/o arietes, no tuviesen posibilidad de reunir todas sus fuerzas en carrera.
Otra cosa curiosa, fue que las mujeres viudas se teñían las manos con bermeñón y estampaban su huella en la pared de la entrada a modo de “homenaje” a sus maridos muertos. La audio guía que nos echamos puntualizó, que cuando el marahá moría todas sus mujeres debían ser quemadas vivas en su funeral, pues eran de su pertenencia… La última vez que este ritual tuvo lugar, 31 mujeres fueron calcinadas, vivas… y esto no ocurrió en la época del cromañón, no, sino hace apenas dos siglos.
Una vez en el interior, y tras
atender atentamente a las explicaciones del propio descendiente del clan,
tuvimos ocasión de ver un montón de objetos con mucha historia, como espadas,
carruajes, joyas etc. que marcaron hitos muy importantes en la elaborada trama
de su historia, con unos pasajes llenos de conspiraciones y sombras muy
oscuras… vamos, ¡que anda que no podrían sacar para libros y películas de aquí!
Desde lo alto gozamos de una
bonita panorámica. Las casas de la otra zona de Jodhpur, la que antiguamente
era habitada por los nobles, teñía el pueblo de azul, azul indio que, según
dicen, sirve a modo de defensa contra los mosquitos, y que además, y sobre
todo, diferenciaba sus hogares de los de la clase pobre. Entre el valle de la
muerte atisbamos un palacio-hotel (donde actualemnet vive el marahá) y un
mausoleo enorme, ambos construidos únicamente de mármol.
Nos dimos un rute por el pueblo, y cuando nos adentramos en una agencia para comprar nuestros billetes de bus (la estación quedaba a tomar…) conversamos un buen rato con el vendedor, muy buena gente, que nos dio varias claves para, si no comprender al caza viajeros local, sí entender cómo funcionan. Nos dijo que el pueblo indio también se ve afectado, p.e., a veces los rickshaws no les cogen porque esperan montar a algún extranjero, de quien saben, sacarán diez veces más…
La ciudad como tal, no tenía
mucho más… una torre reloj de influencia inglesa en medio del bazar… pero
sobretodo, un montón de basura y animales llenos de heridas y garrapatas… Entre
todo este idílico panorama, y donde la locura del ¡compra-compra! llegaba a los
puntos más frenéticos dimos con un restaurante que bien merecía su nombre,
“Nirvana”, otra de las improvisadas burbuja-azoteas de India, que agradecimos,
y muuucho.
Mehrangarh, la jamásquebrada
fortaleza, pasó a engrosar las filas de construcciones llenas de fantasía que
habitan en nuestra imaginación, y pasamos página, otro lugar de los cuentos de
las mil noches aguardaba: Jaisalmer y su desierto.
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