Tras reunir al grupo que conformaríamos
este Halong Bay Tour, Tiger, nuestro guía, dio luz verde para encaminarnos
hacia una de las bahías más famosas, y hermosas, del mundo.
Seríamos 14 personas: un
matrimonio polaco y su risueño bebé, una pareja formada por una colombiana y un
neozelandés, una joven pareja de Inglaterra, una pareja alemana, una mujer
italiana, una joven australiana, un hombre holandés y nosotros. No es que
charlásemos mucho en el minibús, ni tampoco una barbaridad en el barco, pero se
creó un ambiente bien agradable.
Llegamos y nos fuimos directos…
¡al agua!.. Pues no, bueno sí, pero al bote y al barco, nada de zambullirnos… que
el clima seguía siendo tan malo como en los días precederos en la capital.
Nuestro barquito estaba muy bien
y la tripulación era muy maja, además tuvimos la suerte de que nos tocará el
camarote más lejano al motor, ¡de modo que encantados!
Una suculenta comida nos esperaba
nada más dejar nuestros petates, así, nos pusimos las botas a medida que íbamos
adentrándonos en la mítica bahía y Tiger nos documentaba un poco sobre este
increíble paraje. Entre otros datos, nos dijo que Halong es una de las siete
maravillas naturales del mundo y que estaba constituida por un total de 1969
islas e islotes, contadas una por una por él mismo, claaarooo!
La leyenda cuenta cómo,
desesperado ante una amenazante flota china, un emperador vietnamita imploró a
un dragón por su ayuda. Éste, sacudió su cola contra el mar con tal fiereza
que, además de levantar unas enormes olas que desbarataron la flota invasora,
también hizo surgir todos aquellos muros de roza caliza que más adelante
pudieran servirles de murallas naturales.
Pero es que Halong Bay no es sólo
increíble por fuera, también lo es en su interior… y no, no va en plan
metafórico. Hay un buen número de portentosas cuevas esperando las
exclamaciones y los ojos como platos del visitante. Nosotros tuvimos el lujazo
de entrar a una cueva que el Vietcong usara como hospital, además de como
escondite, claro. No esperábamos que fuera a ser ni tan grande ni tan bella, ¡y
qué bueno!, porque nos habíamos quedado con cierta cosilla por no ir a la que
está considerada la cueva más grande del mundo (relativamente cerca de Hue).
Visitamos “Monkey Island”, o la
Isla de los monos, en un bote a remo, ya tendríamos tiempo de darle al kayak al
día siguiente. No pudimos ver más que a un par de monos jugando cerca de un
acantilado, otros tuvieron más suerte y les vieron “jugando” a otras cosas en
una playita.
Tras la cena, ¡y vaya cena!
(preparada en parte por nosotros mismos) Tuvimos una buena charla con algunos
de nuestros compañeros, especialmente con el hombre holandés, que tenía mucho
camino detrás, y también con la pareja inglesa, que acababan de llegar de Nueva
Zelanda y tenían muchas cositas que contarnos. Hablamos de viajes, hablamos de
emigración…
Hay que decir que nosotros
cogimos un tour de tres días y dos noches, mientras que el resto de viajeros,
exceptuando la pareja inglesa, cogieron sólo
dos días y una noche, ya que el tiempo no parecía que nos fuese a acompañar.
Pero tuvimos suerte y aunque no nos hizo un solazo por lo menos no nos llovió y
pudimos disfrutarlo igual.
Al día siguiente antes de
separarnos del grupo, madrugamos para ver el amanecer desde lo alto de una de
las islas… aunque cuando nos despertamos para el desayuno resultó que toda la
tripulación estaba roncando… ¡en las mesas del comedor! No llegamos al alba,
sino un poco más tarde, pero mientras se
desperezaban pudimos ver cómo en otros barcos hacían “Tai-Chi”, o algo similar,
en la cubierta... y nos alegramos de que nuestro guía prefiriese dormir.
Tras el ascenso, el descenso y el
ansiado desayuno, nos separamos del resto del grupo, menos de los ingleses, con
los que tomamos un bote dirección a la isla principal de la bahía: la isla de
Cat Ba. De camino, un tímido rayito de sol bañaba la bahía, y fue más que
suficiente para fortalecer nuestras esperanzas. Curiosamente, en medio de la
nada, tuvimos que cambiar de barco porque al parecer, pasábamos a otra región,
y claro, ambas zonas quieren sus ingresos.
Cuando atracamos, cogimos unas
bicis y nos adentramos en la isla. ¡Y qué isla! Un fabuloso paraje natural
donde descubrimos pueblecitos que lejos de estar aburridos del turismo lo
disfrutaban muy sanamente, arrozales de verdes y formas hipnóticas, junglas
llenas de sabiduría y una forma de vivir muy relajada.
El guía nos llevó por el corazón de la jungla, un pequeño trek con un montón de curiosidades, entre otras, hormigueros que no están bajo tierra, si no que aquí las hormigas hacen escalada, ya que con eso de los monzones deben de hacer sus “casas” en lo alto de los árboles! Y bueno, que decir de todos los medicamentos naturales que tiene la isla, no necesitan ni ir a la farmacia! Los niños de las aldeas, como en Mongolia, deben de separarse de sus familias y su pedacito de tierra para continuar con los estudios una vez cursada la primaria.
Fue muy curiosos conocer un pueblo pesquero muy peculiar. Y es que literalmente estaban en el mar. Tan sólo se comunicaba a través de tablones de madera. Guarderías, bares, karaoke, piscipactorías, hogares, gasolinearas, supermercado... todo lo imaginable e inimaginable era flotante.
Por la tarde nos dedicamos a
hacer ¡Kayakturismo! Entre islas e islotes, descubrimos playas vírgenes
(algunas con más coral muerto que arena), resort semi-abandonados pero con
guardianes perrunos, hermosas tumbas de gente local, bandadas de peces
voladores y hasta nos sentimos como Jack Sparrow, a la deriva de nuestra
embarcación… Uy, cómo nos lo hemos flipado!
Pasamos la segunda noche en la
propia isla, donde además compartimos cena de San Valentín con los ingleses…
bueno, de hecho nosotros no sabíamos ni en qué día vivíamos, y cuando ellos nos
lo recordaron fue un poco tarde para darnos cuenta de que les habíamos pinchado
el rollo! Jajajjajaa
Al día siguiente tocó la vuelta a
tierra. La bahía de Halong fue sin duda uno de los platos fuertes de Vietnam. Increíble
bahía. Precioso país.