27 feb 2013

De fiestón extremo en Hanoi

 
 
Una fresquiiita y silenciosa madrugada nos dio la bienvenida a la capital vietnamita. De hecho, era muy extraño tanto silencio, pero debido al rasca que hacía no nos paramos a pensar a qué se debería. Eran las 5 de la mañana cuando llegamos, bastante antes de lo previsto. Tocamos la puerta del hotel, cuyo interior estaba oscuro como la noche que recién comenzaba a irse, no parecía haber nadie.  

Sin embargo, tras insistir, un sonámbulo recepcionista nos abrió la puerta, comprobó los datos y, a pesar de la impertinente visita que debimos suponerle, excusándose por no disponer de ninguna cama para que descansásemos unas horas, nos mandó a dormir y tomar el desayuno a otro hotel de la misma compañía, ¡gratuitamente! Esto sí que no nos lo esperábamos, en pleno festival, en el supuesto norte borde y negociante, ¡de lujo, y por la faceta!

Descansaditos y desayunados salimos a media mañana, y ahí seguía el ambiente fresco; tan fresco que nos pusimos hasta la ropa de “abrigo” e incluso sacamos a pasear a “Tanto”, nuestro paraguas nipón, que desde allí no veía la luz, o más bien la lluvia. ¡Sí!, tres meses sin lluvia, ni un solo día, y además ¡vaya tres meses! (nov-feb). Además de que se hacía muy raro, algo la echábamos de menos… ¡aunque no duró mucho la morriña!

 
Era el primer día de la esperada fiesta del Tet, tres días de festejos que marcan el día previo a la luna nueva, la propia luna nueva y el día en que una nueva luna comienza a crecer. Pensábamos que nos meteríamos de lleno en toda la movida, al más puro estilo fiesta nacional en Pekín, pues no. La ciudad estaba bastaaante vacía, con la inmensa mayoría de establecimientos cerrados y con un tráfico cuán menos fluido. Se conoce que los urbanitas prefieren vivir esta importante fecha en las zonas rurales, de donde sus raíces proceden.


No obstante, las principales zonas de paseo de la ciudad contenían un bonito número de personas en un ambiente de fiesta (aunque más relajado que el de sus paisanos sureños) que lucían sus ropajes más elegantes y sus mejores sonrisas para las fotos… como nosotros, que a estas alturas nos da la sensación de que no nos quitamos el pijama de encima jajajajajaa


Hay que comentar que el árbol de “navidad” aquí era un mandarino, ¿será por eso de ahorrarse el tener que decorarlo y comprar regalos?

La verdad es que nos quedamos con ganas de ver más sitios, pero es que hasta el principal mercado local y los puntos de interés turístico estaban chapados, de modo que no nos quedó otra que callejear a lo loco. Y no estuvo mal: meter el hocico en fiestas hogareñas, dar el cante en pequeños templos de barrio, sumarnos al pipón (botellón de pipas) de la chavalería o encontrar pequeñas huertas en la acera fueron algunas de nuestras hazañas.
 


Nah, la verdad es que Hanoi parecía una ciudad fantasma, más que la capital daba la sensación de ser un pequeño pueblo. Aprovechamos esa tranquilidad, por supuesto, para pasear por uno de sus lugares más embriagadores, el lago Hoan Kiem, donde se dice, una tortuga divina entregó al emperador Ly Tai To la espada con la que obtendría la independencia de los chinos. Nos dijeron que hay, de hecho, una enorme tortuga en el lago, de casi 200kg, la llaman “el abuelo”, pero no vimos ni aleta.
 
Tras la parsimoniosa celebración del nuevo año lunar, y tras zanjar todos los puntos, procedimos a por algo de aventura.  Sapa quedó desartada debido a las bajas temperaturas y el temor al chasco. Tocaba… ¡La mítica bahía de Halong!

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