Una fresquiiita y silenciosa
madrugada nos dio la bienvenida a la capital vietnamita. De hecho, era muy
extraño tanto silencio, pero debido al rasca que hacía no nos paramos a pensar
a qué se debería. Eran las 5 de la mañana cuando llegamos, bastante antes de lo
previsto. Tocamos la puerta del hotel, cuyo interior estaba oscuro como la
noche que recién comenzaba a irse, no parecía haber nadie.
Sin embargo, tras insistir, un sonámbulo
recepcionista nos abrió la puerta, comprobó los datos y, a pesar de la
impertinente visita que debimos suponerle, excusándose por no disponer de
ninguna cama para que descansásemos unas horas, nos mandó a dormir y tomar el
desayuno a otro hotel de la misma compañía, ¡gratuitamente! Esto sí que no nos
lo esperábamos, en pleno festival, en el supuesto norte borde y negociante, ¡de
lujo, y por la faceta!
Descansaditos y desayunados
salimos a media mañana, y ahí seguía el ambiente fresco; tan fresco que nos pusimos
hasta la ropa de “abrigo” e incluso sacamos a pasear a “Tanto”, nuestro
paraguas nipón, que desde allí no veía la luz, o más bien la lluvia. ¡Sí!, tres
meses sin lluvia, ni un solo día, y además ¡vaya tres meses! (nov-feb). Además
de que se hacía muy raro, algo la echábamos de menos… ¡aunque no duró mucho la
morriña!
Era el primer día de la esperada
fiesta del Tet, tres días de festejos que marcan el día previo a la luna nueva,
la propia luna nueva y el día en que una nueva luna comienza a crecer. Pensábamos
que nos meteríamos de lleno en toda la movida, al más puro estilo fiesta
nacional en Pekín, pues no. La ciudad estaba bastaaante vacía, con la inmensa
mayoría de establecimientos cerrados y con un tráfico cuán menos fluido. Se
conoce que los urbanitas prefieren vivir esta importante fecha en las zonas rurales,
de donde sus raíces proceden.
No obstante, las principales
zonas de paseo de la ciudad contenían un bonito número de personas en un
ambiente de fiesta (aunque más relajado que el de sus paisanos sureños) que
lucían sus ropajes más elegantes y sus mejores sonrisas para las fotos… como
nosotros, que a estas alturas nos da la sensación de que no nos quitamos el
pijama de encima jajajajajaa
Hay que comentar que el árbol de
“navidad” aquí era un mandarino, ¿será por eso de ahorrarse el tener que
decorarlo y comprar regalos?
La verdad es que nos quedamos con
ganas de ver más sitios, pero es que hasta el principal mercado local y los
puntos de interés turístico estaban chapados, de modo que no nos quedó otra que
callejear a lo loco. Y no estuvo mal: meter el hocico en fiestas hogareñas, dar
el cante en pequeños templos de barrio, sumarnos al pipón (botellón de pipas)
de la chavalería o encontrar pequeñas huertas en la acera fueron algunas de
nuestras hazañas.
Nah, la verdad es que Hanoi
parecía una ciudad fantasma, más que la capital daba la sensación de ser un
pequeño pueblo. Aprovechamos esa tranquilidad, por supuesto, para pasear por
uno de sus lugares más embriagadores, el lago Hoan Kiem, donde se dice, una
tortuga divina entregó al emperador Ly Tai To la espada con la que obtendría la
independencia de los chinos. Nos dijeron que hay, de hecho, una enorme tortuga
en el lago, de casi 200kg, la llaman “el abuelo”, pero no vimos ni aleta.
Tras la parsimoniosa celebración
del nuevo año lunar, y tras zanjar todos los puntos, procedimos a por algo de
aventura. Sapa quedó desartada debido a las bajas temperaturas y el temor al chasco. Tocaba… ¡La mítica bahía de Halong!
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